Muy buenas a todos: padres, madres, familiares, amigos y particularmente a este pequeño gran grupo de nuestros estudiantes que celebran su orla de graduación en Secundaria.
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Este es uno de esos momentos en la vida llenos de una verdadera explosión de emociones y sentimientos: alegría y tristeza, miedo y arrojo. Para muchos de ustedes, chicos, no fue fácil el primer día de clase cuando papá, mamá o el abuelito los dejaron a nuestro cargo: los llantos y gritos de algunos se oían más allá de El Batán. No nos conocían y tenían miedo de comenzar a dar ese primer paso hacia la maduración como personas.
Hoy probablemente a muchos de ustedes se les escapen también las lágrimas. Vuelven a sentir miedo, esta vez ante la nueva etapa que ahora comienza. Es normal, no se preocupen, a todos nos pasa. Se preguntarán, “¿Encajaré en el nuevo centro?¿Cómo serán los profesores?¿Y los compañeros?…” Repito, no se preocupen: disponen de las herramientas necesarias para afrontar con éxito esta nueva fase de la vida. Sabrán, sin duda, adaptarse a lo que les depara el porvenir.
Quizás también tengan tristeza, a la vez que alegría. En definitiva, están empezando a sentir nostalgia pues saben que su estancia en este colegio llega a su fin. Para casi todos ya fue su último triduo en Bailaderos, su última celebración de Madre Mazzarello, su último examen en esta casa. Sienten que algo de ustedes se rompe, se acaba y les apena. Tranquilos, eso sólo significa que se han sentido acogidos y arropados entre nosotros y a mí, como director de este centro, me satisface porque quiere decir que se han sentido queridos y eso es precisamente lo que pretendía don Bosco de nosotros como educadores.
Para nosotros es un verdadero motivo de orgullo cuando encontramos a padres de antiguos alumnos o vienen estos últimos a saludarnos al cole y nos dicen lo bien que les va en el instituto, en los estudios… pero, sobre todo, es motivo de gran regocijo cuando comprobamos que continúan siendo muchachos y muchachas solidarios, optimistas, positivos y, sobre todo, alegres pues, como bien decía don Bosco, “La santidad consiste en estar siempre alegres” -solo tienen que entrar ustedes cualquier día de mayo para comprobarlo- y es precisamente la alegría un valor clave en una casa salesiana, pero no una alegría vana y transitoria, sino la alegría de la acogida al otro, la alegría del compartir con los demás, la alegría de la entrega incondicional.
Para nosotros, los profesores, -también para los padres- es momento de hacer balance. Técnicamente es tiempo de evaluación, de valorar lo que hemos hecho, de recoger los frutos cosechados y tomar las medidas oportunas. Viéndolos a ustedes ahora podemos concluir que tanto sus padres como nosotros debemos estar orgullosos de la labor realizada. Son jóvenes con elevados niveles de autonomía, participativos en iniciativas solidarias y sociales, preocupados por su entorno natural e interesados en su progreso académico, cultural y profesional (Basta con ver, por ejemplo, el elevado número de ustedes que se presentó a las pruebas Cambridge).
Esta evaluación también nos hace pedir disculpas por aquellos momentos en los que no supimos llegar a ustedes, por las ocasiones en las que lo necesitaban y, por distintos motivos, no los escuchamos, por la palabra mal dicha y, en definitiva, por las veces en las que, sin querer, les fallamos. Aunque nosotros, como todos, nos equivocamos, nuestras acciones han estado siempre encaminadas a su bien y su progreso.
Se hace necesario, además, darles las gracias porque no solo ustedes han aprendido: es mucho lo que a nosotros nos han enseñado; gracias por los momentos vividos juntos, por las risas, por las alegrías… Y es que también nosotros, los educadores, nos hemos sentido queridos.
Quiero acabar con una anécdota que me ocurrió hace ya algunos años. Un día que estaba sin coche me tocó coger la guagua para venir a trabajar. Estaba yo sentado tranquilamente cuando entra una señora mayor. Antes de que me diera tiempo a levantarme, lo hicieron unos muchachos vestidos con el uniforme de un colegio salesiano. Se me hinchó el pecho cuando les vi realizar tal acción, pero más aún cuando la señora les dijo “se nota que están en un colegio salesiano”. Jóvenes, que se note siempre de donde vienen. Recuerden que lo que no se da se pierde y lo que se da se multiplica. ¡Que la Virgen los tenga siempre bajo su manto! Ésta siempre será su casa.